domingo, 7 de septiembre de 2014

Capítulo XIII

Hace un mes que no he tocado estas notas, escritas bajo la influencia de una intensa y confusa impresión. La catástrofe presentida entonces como algo inevitable ha llegado ya de una manera cien veces más violenta y terrible de lo que esperaba. Ha sido algo extraño, grotesco y trágico... al menos para mí. Me han pasado varias cosas que parecen milagrosas; al menos así las considero yo al presente, si bien en el desarrollo de los sucesos que entonces me envolvieron sólo pudieran calificarse de algo extraordinario. Y lo que más me maravilla es mi actitud ante los sucesos. Aún no me hago cargo por completo, todo gira alrededor de mi cabeza como un sueño... incluso mi pasión, violenta y sincera entonces. ¿En qué ha parado? Cierto que cruzan algunos destellos alumbrando mi frente: "¿Acaso no había perdido la cabeza? ¿No estaría durante todo aquel tiempo en un manicomio y ahora me encontraré restablecido, capacitado para comprender que todo aquello fue obra de mi fantasía?..." Recojo mis notas y las leo. (Vayan a saber si sólo lo hago para convencerme de que no las escribí en un manicomio.) Estoy completamente solo. Empieza el otoño y las hojas amarillean. Aún sigo en esta pequeña y triste ciudad -¡oh, la tristeza de las pequeñas ciudades alemanas!- y en vez de pensar en el futuro, estoy viviendo bajo la influencia de las pasadas sensaciones, del torbellino que me arrebató para lanzarme luego a un lado. A veces aún me considero cogido en el huracán, aún creo que ruge la tempestad, que me arrebata, como una pluma, privándome de todo movimiento, llevándome a merced de su soplo.
Pero quizá llegue a dominar la fuerza de la tormenta y adueñarme de mí mismo, si logro darme clara cuenta de todo lo sucedido durante el pasado mes. Me entran nuevas ganas de volver a escribir. Además, paso casi todas las tardes sin saber qué hacer y para no aburrirme cojo de la pobre y abandonada biblioteca del hotel las novelas de Paul de Koch -traducción alemana- y aunque se me hacen insoportables las leo y me admiro de mí mismo. Es como si temiese romper el encanto del pasado con la lectura de un libro serio o alguna grave ocupación; es como si mi grotesco sueño y el efecto que me ha producido me fuese tan precioso, que, temo, se desvanezca como el humo si alguna fuerte impresión lo toca. ¿Pero de veras es tan precioso par a mí? Sí, lo es. Acaso lo seguiré recordando dentro de cuarenta años.
Vuelvo, pues, a escribir. Puedo dar un relato más o menos extenso de lo ocurrido; reflejar fielmente las impresiones, ya es otra cosa.


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