sábado, 5 de abril de 2014

Mi nombre es el cachanilla

Cachanilla y flor de azar, el tercer material discográfico de Juan Cirerol, abre con una canción que sirve como presagio para que te enteres de quién es este vato (por si no lo conoces) oriundo de Chicali y cuáles son sus aficiones: pistear, ponerse bien loco y la vida vaquera. Te advierte de que ya después de tanto cochinero está perdiendo la cordura pero le vale verga y mejor termina por pedirte como por tercera vez en la canción una Tecate y otro toque.

“Porque dicen que con una birria, y dos que tres pastillas, hacen que te dejes de mamadas” Cerca del mar, una rolita hermosa donde se hace mención de Mazatlán. La canción abre con un ritmo cadencioso para luego entrar con una armónica bien pinche violenta, de esas que te ponen punk-norteño y con las que te dan ganas de ponerte bastante epiléptico. Una oda al aburrimiento, a la desgracia y fortuna de no tener negocio y a la hipocresía de un chingo de gente.

El vato te dice que ya lo tiene y el disco avanza al tercer track: En dónde está el corazón, un cover de los Relámpagos del Norte. Confundido, el protagonista de la canción se cuestiona dónde le dejaron aquel órgano vital para poder amar y porque nomás hicieron uso de él para quitárselo y así poder humillarlo. Después de reflexionar por dos versos, mejor termina por decirse en el coro pa’ no sentirse tan agüitado: No hay pedo, al chile yo sí te quise y me quedo con los recuerdos.

Luego se viene Ahí te va a llegar el cheke, quizás la canción que mejor funciona como exponente para describir y englobar toda la dualidad de Juan Cirerol en poco más de seis minutos: Apático, loco, enamoradizo, grosero, enfermo, nihilista, suicida, violento y noble como el Diego Aragón.
"Yo sé que es peligroso estar tomando todo el día pero es que simplemente siento mucha simpatía por el alcohol, la mierda, el odio y la apatía. Soy anti-todo. Quiero estar muerto". Según iTunes la he reproducido poco más de 200 veces pero se me sigue enchinando el cuero como la primera vez cada que la escucho. 

Amarte para llorar, me gustas, te quiero y todo pero me da güeva expresar lo que siento y hacer algo para demostrártelo. Aunque de paso recrimino tu falta de interés y la predisposición que tenemos para seguir con esta relación enfermiza y autodestructiva. O algo así. La canción luego entra a terrenos maniacos donde te aconsejan fumar piedra.

Luego sigue El carril número tres, cover de los Cuates de Sinaloa (banda patrimonio para la humanidad por haber compuesto Negro y azul). Un corridito de un capo mexicano al que responden gabachos porque con dinero (además de los perros) bailamos todos. O casi todos.

Entra una armónica muy nostálgica y se comienza a escuchar El corrido de la desdicha. Una voz golpeada de Juan Cirerol que nos recuerda a aquellos compas que nomás no traen feria pero que se las ingenian pa’ que nunca les falte el pisto. Y más si se trata de conseguirlo para catalizar el olvido y recuerdo de una morrita.

Después la guitarra marca el ritmo de cuatro tiempos y ya estás Varado en Guadalajara pegándole unos tragos a tu caguama. Una canción lenta pero que está perfectamente llevada para llegar al: “Escribo poemas con las patas sobre la peste que irradia a toda esta puta gente”. Otra de las canciones más nihilistas del álbum y que tiene el espíritu de “Ahí te va a llegar el cheke”.

Pasamos a El regalo más bonito, la canción abre con un acordeón y desde el título parece que todo fine y que se le va a dar suave. No. Una oda a la heroína desde como los treinta segundos pa’ delante. Ya sé que estoy bien loco y me lo han dicho un chingo de veces pero me vale verga, loco; le woa’ seguir, porque I can’t get no satisfaction.

Seguimos aviolentados y alterados y el disco llega a El Ochito de Chicali. Aquí todo es sobre motita y sobre cómo Juan Cirerol se la va gastando en una fiesta.

Se comienzan a escuchar Los aguacates, una de mis favoritas de toda la obra musical de este vato. La calidez de mi mamá, el recuerdo vago de mi padre, una añoranza por mi lugar de origen que en contenidos se ha ido perdiendo pero que en formas ha permanecido, más por güevos que por otra cosa. La constante idea suicida de terminar con esto e inclusive en el momento previo a jalar el gatillo nunca haber experimentado la satisfacción, o lo primero que se le parezca.

Después se comienza a escuchar un armónica muy nostálgica y de nuevo la voz lacerada de Juan Cirerol. Dicen que no estoy despierto, una canción con pocos versos pero que son suficientes para que el protagonista se lamente de los infortunios que implican la presencia de terceros en una relación de dos.

La meche, quizás la canción más cotorra del álbum. Aquí el cachanilla defiende lo que le corresponde (una morrita) y menciona las razones (todas para él virtudes) por las que no quiere que nadie se la toque. Literal y materialmente. Y es que La meche está bien loca y bien hermosa, representando así al cáliz de los yunkies. 

Llegamos así al final de un material discográfico que se prolongó por poco más de 52 minutos, y la canción que se encarga de hacerlo es Hablando de Daisy. Una de sus piezas más melódicas y donde se muestra esa faceta emocional y hasta ingenua en las cuestiones del amor que tiene Juan Cirerol, terminando así una carga de confesiones y una añoranza por Mexicali y por distintas personas que nunca se va a disipar, pero que no hay inconveniente alguno en que se mantengan como un recuerdo doloroso y pesado. 

Soledad, apatía, hastío, amar a las mujeres por el mal sabor de boca que dejan todo el tiempo, drogas, capos, pero sobre todo un disco atiborrado hasta el cansancio de sinceridad, de esa franqueza que te da una imagen casi completa del carácter como músico pero sobre todo como persona que tiene Juan Antonio Cirerol Romero, que viene a darle en su madre al putero de banditas con guitarras distorsionadas y baterías ajerosas que se intentan calzar un género.


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