Cachanilla y flor de
azar, el tercer material discográfico de Juan Cirerol, abre con una canción
que sirve como presagio para que te enteres de quién es este vato (por si no lo
conoces) oriundo de Chicali y cuáles son sus aficiones: pistear, ponerse bien
loco y la vida vaquera. Te advierte de que ya después de tanto cochinero está
perdiendo la cordura pero le vale verga
y mejor termina por pedirte como por tercera vez en la canción una Tecate y
otro toque.
“Porque dicen que con una birria, y dos que tres pastillas,
hacen que te dejes de mamadas” Cerca del
mar, una rolita hermosa donde se hace mención de Mazatlán. La canción abre
con un ritmo cadencioso para luego entrar con una armónica bien pinche
violenta, de esas que te ponen punk-norteño y con las que te dan ganas de
ponerte bastante epiléptico. Una oda al aburrimiento, a la desgracia y fortuna
de no tener negocio y a la hipocresía de un chingo de gente.
El vato te dice que ya lo tiene y el disco avanza al tercer
track: En dónde está el corazón, un
cover de los Relámpagos del Norte. Confundido, el protagonista de la canción se
cuestiona dónde le dejaron aquel órgano vital para poder amar y porque nomás hicieron uso de
él para quitárselo y así poder humillarlo. Después de reflexionar por dos
versos, mejor termina por decirse en el coro pa’ no sentirse tan agüitado: No
hay pedo, al chile yo sí te quise y me quedo con los recuerdos.
Luego se viene Ahí te
va a llegar el cheke, quizás la canción que mejor funciona como exponente
para describir y englobar toda la dualidad de Juan Cirerol en poco más de seis
minutos: Apático, loco, enamoradizo, grosero, enfermo, nihilista, suicida, violento
y noble como el Diego Aragón.
"Yo sé que es peligroso estar tomando todo el día pero es que simplemente siento mucha simpatía por el alcohol, la mierda, el odio y la apatía. Soy anti-todo. Quiero estar muerto". Según iTunes la he reproducido poco más de 200 veces pero se me sigue enchinando el cuero como la primera vez cada que la escucho.
"Yo sé que es peligroso estar tomando todo el día pero es que simplemente siento mucha simpatía por el alcohol, la mierda, el odio y la apatía. Soy anti-todo. Quiero estar muerto". Según iTunes la he reproducido poco más de 200 veces pero se me sigue enchinando el cuero como la primera vez cada que la escucho.
Amarte para llorar, me
gustas, te quiero y todo pero me da güeva expresar lo que siento y hacer algo
para demostrártelo. Aunque de paso recrimino tu falta de interés y la
predisposición que tenemos para seguir con esta relación enfermiza y
autodestructiva. O algo así. La canción luego entra a terrenos maniacos donde
te aconsejan fumar piedra.
Luego sigue El carril
número tres, cover de los Cuates de Sinaloa (banda patrimonio para la
humanidad por haber compuesto Negro y azul). Un corridito de un capo mexicano
al que responden gabachos porque con dinero (además de los perros) bailamos
todos. O casi todos.
Entra una armónica muy nostálgica y se comienza a escuchar El corrido de la desdicha. Una voz
golpeada de Juan Cirerol que nos recuerda a aquellos compas que nomás no traen
feria pero que se las ingenian pa’ que nunca les falte el pisto. Y más si se
trata de conseguirlo para catalizar el olvido y recuerdo de una morrita.
Después la guitarra marca el ritmo de cuatro tiempos y ya estás
Varado en Guadalajara pegándole unos
tragos a tu caguama. Una canción lenta pero que está perfectamente llevada para
llegar al: “Escribo poemas con las patas sobre la peste que irradia a toda esta
puta gente”. Otra de las canciones más nihilistas del álbum y que tiene el
espíritu de “Ahí te va a llegar el cheke”.
Pasamos a El regalo
más bonito, la canción abre con un acordeón y desde el título parece que
todo fine y que se le va a dar suave. No. Una oda a la heroína desde como
los treinta segundos pa’ delante. Ya sé que estoy bien loco y me lo han dicho
un chingo de veces pero me vale verga,
loco; le woa’ seguir, porque I can’t get no satisfaction.
Seguimos aviolentados y alterados y el disco llega a El
Ochito de Chicali. Aquí todo es sobre motita y sobre cómo Juan Cirerol se la va
gastando en una fiesta.
Se comienzan a escuchar Los
aguacates, una de mis favoritas de toda la obra musical de este
vato. La calidez de mi mamá, el recuerdo vago de mi padre, una añoranza por mi
lugar de origen que en contenidos se ha ido perdiendo pero que en formas ha
permanecido, más por güevos que por otra cosa. La constante idea suicida de
terminar con esto e inclusive en el momento previo a jalar el gatillo nunca haber
experimentado la satisfacción, o lo primero que se le parezca.
Después se comienza a escuchar un armónica muy nostálgica y
de nuevo la voz lacerada de Juan Cirerol. Dicen
que no estoy despierto, una canción con pocos versos pero que son suficientes
para que el protagonista se lamente de los infortunios que implican la
presencia de terceros en una relación de dos.
La meche, quizás
la canción más cotorra del álbum. Aquí el cachanilla defiende lo que le
corresponde (una morrita) y menciona las razones (todas para él virtudes) por
las que no quiere que nadie se la toque. Literal y materialmente. Y es que La meche
está bien loca y bien hermosa, representando así al cáliz de los yunkies.
Llegamos así al final de un material discográfico que se prolongó
por poco más de 52 minutos, y la canción que se encarga de hacerlo es Hablando de Daisy. Una de sus piezas más
melódicas y donde se muestra esa faceta emocional y hasta ingenua en las
cuestiones del amor que tiene Juan Cirerol, terminando así una carga de
confesiones y una añoranza por Mexicali y por distintas personas que nunca se
va a disipar, pero que no hay inconveniente alguno en que se mantengan como un
recuerdo doloroso y pesado.
Soledad, apatía, hastío, amar a las mujeres por el mal sabor
de boca que dejan todo el tiempo, drogas, capos, pero sobre todo un disco atiborrado
hasta el cansancio de sinceridad, de esa franqueza que te da una imagen casi
completa del carácter como músico pero sobre todo como persona que tiene Juan Antonio
Cirerol Romero, que viene a darle en su madre al putero de banditas con
guitarras distorsionadas y baterías ajerosas que se intentan calzar un género.
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