Siempre he atraído miradas, incluso de pequeño, ya sean de curiosidad, de desdén, de asco, de admiración o lo que sea. A muchas personas el hecho de ser observado les causa pánico, los aterra de una forma siniestra, como si el resaltar entre la multitud fuera una especie de insulto, en este sentido no soy como el resto.
"Odio la forma en que te ven, pinche gente", me comentó, un querido amigo un día mientras nos tomábamos unas cervezas en "La Ramona", solo sonreí y dije: no me importan sus miradas, a esto me enfrento todos los días, no me causan temor ni incomodidad; lo que si me da miedo es que un día no me miren, eso significaría que me ven como uno de ellos, como algo normal, algo tan vulgar que ni siquiera llama su atención, para mi eso seria una muerte simbólica, condenarme al limbo al que ellos mismos se han condenado.
Claro, los pseudopsicoanalistas y pseudointelectuales al leer el párrafo anterior, dirán algo como: (lease con voz de idiota arrogante) "Es que desarrollaste un complejo narcisista debido a la poca atención que recibiste de tus padres." Lo que comento no es una lucha interiorizada con mis traumas de la niñez, intento expresar el miedo de la gente a lo diferente, a todo aquello que vean lleno de color en un mundo tan gris como el nuestro, es a causa de este miedo que nos llenamos de sentimientos xenofobicos, homofobicos y sexistas, es deplorable (en veces) la calidad de individuos con los que coexistimos.
Tengo claro que los valores que rigen a los individuos dentro de una sociedad nunca podrán ser erradicados del todo, y mucho menos por un simple mortal como yo, pero aun así, no dejare de luchar; no hablo de una lucha contra la sociedad, sino de una lucha conmigo mismo de probarme día a día, ya sea a través de mis ideas o de mi apariencia, que no soy igual al resto y que no pienso serlo.
¿Qué curioso todo lo que te pone a pensar una charla con un amigo acompañados de unas cervezas, verdad?
A boy against the world por Berenice Zamora.
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