miércoles, 5 de agosto de 2015

:)

Todos empezaron a salir apresurados pero yo me quedé con él. Se veía inquieto y le pregunté que qué podía hacer para apaciguar su ansiedad pero no me contestó, sólo me fulminaba con esos grandes ojos que jamás olvidaré, y que espero algún día volver a encontrar.

Nos quedamos juntos por un buen tiempo, quizás por 3 o 4 horas. Arrebató mi celular y lo apagó pero no le tomé mucha importancia, apenas me inmuté; la impresión que causó en mí desde que lo vi hizo que me quedara perpleja, literalmente sin habla. Creí ciegamente desde ese momento que debía poner mi vida en las manos de ese hombre, sin conocer su nombre, de dónde venía, calculando apenas que no era mucho más viejo que yo y que teníamos una vida por delante que desde ese momento nos llamaba a estar juntos. Nunca imaginé el desenlace que iba a tomar nuestra historia, ni que las 3 o 4 horas que pasé con él, y de las que me bastaron 5 minutos para vislumbrarnos toda una eternidad, serían nuestras últimas. Juntos.
Afuera había mucho alboroto y no me dejaba salir. Escuchaba mi nombre a lo lejos pero todo se sentía como un sueño. Yo me sentía muy feliz, nerviosa, ansiosa, atraída, una vorágine de sentimientos que me dominaron y a los que me entregué sin oposición.

No me preguntó mi nombre y él no me quiso decir el suyo. De su cuerpo sólo me quedo con sus manos, blancas, y su rostro, con el cabello muy corto y unos ojos llenos de angustia, como los de alguien que ha visto y vivido tanto que jamás será contado. Su voz que todo el tiempo fingió porque se escuchara más gruesa y su barba, bien recortada, con indicios de cortes por la navaja del rastrillo, quizá. Difícil de pensar en un pulso que no sea inalterable en alguien que guardaba tal dominio. Recogía de su fisonomía rasgos e iba moldeando su personalidad, no esta fachada de la que se valía para conquistarme.

Era delgado, pero no en extremo. No parecía una persona muy atlética. Sus ojeras estaban marcadas pero no lo hacía perder el atractivo y sus labios eran medianos, normales, rosados. Me lamento tanto el no haberlo besado en ninguno de los más de 200 minutos que pasé con él. Me lamento tanto de ni siquiera haberme insinuado. Él era muy orgulloso, en su ceño fruncido así lo interpreté. No conocí su nombre. Hacia el final de nuestro encuentro me decía que no era mi culpa y que no quería hacerme daño. Me tomó por el brazo, lo colocó hacia atrás y me lastimó un poco en ese movimiento. Estaba sentada sobre mis piernas y me levanto bruscamente, comencé a llorar y a preguntar qué pasaba. Me llevó hacia la puerta y puso su pistola en mi sien, por la parte derecha. Entonces me di cuenta que era diestro. Salimos caminando muy juntos y gritó, sin abrir la puerta, que quería una gran suma de dinero. Desde el otro lado le decían que lao tenían y que me dejara libre, que no me lastimara. No comprendía. ¿Cómo no iba yo a salir lastimada si le ordenaban que se alejara de mí? Hubiese preferido que descargara el revolver en ese mismo instante. No sabía que esperar, y le susurraba que escapáramos por atrás, que aún había tiempo de una última maniobra, entregarnos a la suerte e intentar huir. Había trabajado en el banco por 6 años, conocía el recinto a la perfección. Pero él nunca me prestó atención en realidad, me sujetaba fuerte y yo, desde abajo, más pequeña que él apenas levantaba la cabeza para observar sus ojos, su última mirada en ese momento de niño asustado que sabe que la reprimenda se acerca, inminente, y busca una última salida, por más que el cuerpo gordo y pesado de la fatalidad ya se haya posado sobre el pecho y oprimido el corazón. 

Porque lo sentí, justo así. Tomó un gran suspiro, cagado en terror; nunca sentí tanto alivio en mi vida como cuando tomó esa última bocanada de aire y me apretó tan arrebatadoramente a su cuerpo, a punto de abrir la puerta y arrojar a ambos a un mundo que nunca nos entendió, que hizo todo por separarnos y la única razón por la que hoy agradezco estar muerta, por haber recibido el tiro de gracia desde la palma de tu mano, mi amor. Sé que estabas asustado y no te dejaron otra opción, sé que la vida te había tratado con tanto rencor y desprecio que te debía por lo menos mi existencia, sino es que la de de todo el mundo. Ojalá que la mía no haya colmado tu sed y los mates a todos, perros desgraciados, infelices, estúpidos que nos separaron y todavía te quedan años de vida terrenal pero sé que pasará rápido. 

Mientras tanto yo te seguiré esperando aquí, donde me dejaste. Viva. 

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