viernes, 18 de abril de 2014

Matadores de brújulas

Aturdido y ensimismado en mis propios pensamientos. Miro hacia arriba y contemplo esa infinidad moverse, desplazarse, llevándonos en su suave velo a terrenos desconocidos pero predecibles al mismo tiempo. Utopías inevitables.
Me siento cansado, apático, errante. Ahora estoy en la calle, siento ese aire sofocante pero imprescindible para esta fatídica y necesaria sensación de bienestar. Saludo personas y me dirijo a los lugares de siempre, a hacer lo de siempre. No me molesta. Comienzo a respirar pesado. Camino más rápido, mis zapatos están por salirse de mis pies; estoy a punto de estrellar mi humanidad contra el concreto, ser una víctima ante la mirada de transeúntes; un cuerpo mártir de mi propia distracción y torpeza.
Ahora estoy de pie, en realidad nunca caí, pero se siente como si me hubiesen devuelto a otro lugar; a una ficción, donde todo y todos me parecen distantes, como una copia.

Finalmente logré llegar a la cima y ahí estás tú, donde te veo tan majestuosa y delicada, tan imponente pero tan frágil al mismo tiempo, como si a la vez cualquier impresión te rompiese.
No te hablo, prefiero no interrumpir. El recipiente donde tu espíritu y tu alma descansan no necesitan de mis aproximaciones, sólo necesita de una contemplación, de una sola pero infinita mirada.

Y aunque me estoy yendo tú ya vienes conmigo. Nos estamos yendo juntos. No lo sabes, pero me gusta que sea así.

No hay comentarios: