lunes, 31 de marzo de 2014

Agüita de coco





Mis últimos domingos han sido los mas improvisados e inesperados que he tenido desde hace mucho tiempo, afortunadamente han sido de lo mas relajante, y los he pasado en lugares los cuales no los hubiera imaginado en las primeras horas de mi día.

Hoy desperté por ahí de la una y media de la tarde, con una ligera cruda, pero nada que no se arreglara con un vasote de agua y tres empanadas de pollo con rajas de aquí a la vuelta.
Mas alrato, intenté animar a un par de amigos para ir a pasar la tarde, quizá fumarnos unos cigarros y pasarla bien. Al parecer nadie compartía el mismo espíritu dominguero que estaba sintiendo yo en ese momento. Queria terminar mi domingo y semana como se debe.


Llegó mi amigo David en su camioneta y yo salí de mi casa, me subí, y ahí estábamos, a la deriva, sin nada que hacer,  yo con solo cuarenta y cinco pesos en la bolsa y el con ocho.
Nos paramos por un momento y esperamos a que las ideas llegaran a nuestras mentes, le marqué por teléfono a un par de amigos mas, los cuales nunca contestaron. Seguían pasando los minutos, pero al menos yo ya no estaba en mi cuarto, sentado, enfrente de la computadora, quemándome los ojos, eso me hacia sentir un poco menos mal.
En eso llegó una moto y se paró en frente de nosotros, saqué la cabeza por la ventana y era Guillermo, amigo de nosotros, nos dijo que se detuvo a saludar porque reconoció la camioneta de David gracias a unas calcomanías que tiene atrás, le contamos nuestra situación, el sufría del mismo aburrimiento que el de nosotros.

Varias ideas salieron de nuestras bocas, pero ninguna se apegaba a nuestras posibilidades, no podíamos gastar demasiado, ni ir muy lejos. Después de unos cinco minutos de balbucear, y decir tontera y media, Guillermo preguntó que si queríamos ir a pescar, a lo que nosotros, casi desesperada y obviamente contestamos que si.


Fuimos a casa de Guillermo a recoger las cosas para pescar, que quedaba muy cerca del lugar a donde íbamos a ir. Mientras nos íbamos acercando a la entrada hacia la playa por la que íbamos a bajar, yo ya sabia a que lugar íbamos a ir. 
Fue a una playa a la que tenia años sin ir, una playa en la que al final tiene un gran cerro y una escollera de rocas debajo de el, donde teníamos planeado ir a pescar.
Ya en la escollera decidí quitarme los tenis y sentir las piedras en mis pies, solo llevábamos dos anzuelos, y empezamos a pescar, Guillermo tiró el primer anzuelo, que después de dos veces se terminó rompiéndose, voltee hacia el cerro y había tres personas bajando de el, 'plebes, Y si nos subimos al cerro' les pregunté, nunca tiramos ese segundo anzuelo oxidado que quedaba, pues decidimos subir.


Aun no terminábamos de subir cuando ya veía nopales y jacarandas rojas, esperaba una muy bonita vista una vez que llegáramos hasta arriba del cerro, y dicho y hecho, había demasiado viento y aun teníamos sol, aun teníamos tiempo para verlo bajar.
Una vez arriba, nos tomamos un tiempo para apreciar la vista y ver hacia abajo, ver hacia arriba, y ver hacia el mar, tomamos unas cuantas piedras y las tiramos, pasó un catamarán, y bajó el sol.
'Dejamos de apreciar lo que hizo el hombre, para apreciar lo que nos dio Dios', como hubiera dicho uno de mis amigos.
La luz se estaba acabando y decidimos bajar, volví a quitarme los zapatos para caminar por la arena hasta donde estaba la camioneta, el puesto de cocos ya no estaba, y yo tenia muchas ganas de uno.
Pero la buena vista que tuvimos fue mas que suficiente.

Jairo.







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